Por tierras Bogotanas ¡UN ENCUENTRO ESPERADO!


El viaje fue realmente largo, más de 10 horas hicieron falta para llegar a Bogotá. Con suerte gozábamos de un excelente conductor y de una compañía muy amena, la música alta no podía faltar dentro del carro (eso es muy propio de estas tierras) el paisaje invitaba a estar despierta, todo era verde, muy verde, la flora y fauna realmente llamativa y cercana.
Pero nuestro propósito al venir a Bogotá perseguía un sueño, volver a estar en el lugar que tanto bien nos regaló como Congregación durante años y como persona, a las que tuvimos la suerte de vivir allí.




Llegamos a los Laches-Dorado en un taxi que nos bajó hasta el colegio, las primeras en llegar fueron las lágrimas, un nudo en la garganta nos invadió y durante unos minutos fue difícil hablar. Todo tan igual y a la vez tan diferente, todo tan bonito y a la vez tan feo. Fue duro ver que un lugar que estuvo tan lleno de vida, hoy este casi olvidado. Recorrimos el patio, las clases, los pasillos y fuimos recordando tantas cosas. 









Caminamos llenas de ilusión por el barrio y nos sorprendió como la gente salía a nuestro encuentro, como tanta gente era capaz de recordar a Isabel y de nombrar a tantas hermanas que han pasado por aquí, como nos pedían que volviésemos y como nos reprochaban que ya no estuviésemos.










En medio de tantas emociones encontradas, destacaba la alegría al ver lo que el barrio es hoy por hoy. Huele a progreso, las casas están pintadas de colores, las calles más limpias y en ambiente más relajado, hay revolución y vida como siempre, ¡es tan bonito estar allí!.










A pesar de estar a tanta altura, caminamos hasta la casa de las hermanas vedrunas, quienes no nos esperaban, pero se volcaron en la bienvenida, nos hicieron sentir hermanas, nos ofrecieron lo que tenían y entre todas fuimos recordando cosas que habíamos vivido y nos fuimos confirmado, sin decirlo,  que el ser hermanas va más allá de nuestras congregaciones, que la llamada nos iguala y nos hermana.
















Terminamos ese día con la palabra GRACIAS en la boca y en el corazón, y al escribir, sentimos que se nos quedan tantas cosas por decir y que en muchas ocasiones las palabras no son capaces de recoger lo que hemos visto y oído.







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