Por tierras Bogotanas ¡UN ENCUENTRO ESPERADO!
El viaje fue realmente largo, más de 10 horas
hicieron falta para llegar a Bogotá. Con suerte gozábamos de un excelente
conductor y de una compañía muy amena, la música alta no podía faltar dentro
del carro (eso es muy propio de estas tierras) el paisaje invitaba a estar
despierta, todo era verde, muy verde, la flora y fauna realmente llamativa y
cercana.
Pero nuestro propósito al venir a Bogotá perseguía
un sueño, volver a estar en el lugar que tanto bien nos regaló como
Congregación durante años y como persona, a las que tuvimos la suerte de vivir
allí.
Llegamos a los Laches-Dorado en un taxi que nos
bajó hasta el colegio, las primeras en llegar fueron las lágrimas, un nudo en
la garganta nos invadió y durante unos minutos fue difícil hablar. Todo tan
igual y a la vez tan diferente, todo tan bonito y a la vez tan feo. Fue duro
ver que un lugar que estuvo tan lleno de vida, hoy este casi olvidado.
Recorrimos el patio, las clases, los pasillos y fuimos recordando tantas cosas.
En medio de tantas emociones encontradas, destacaba
la alegría al ver lo que el barrio es hoy por hoy. Huele a progreso, las casas
están pintadas de colores, las calles más limpias y en ambiente más relajado,
hay revolución y vida como siempre, ¡es tan bonito estar allí!.
A pesar de estar a tanta altura, caminamos hasta la
casa de las hermanas vedrunas, quienes no nos esperaban, pero se volcaron en la
bienvenida, nos hicieron sentir hermanas, nos ofrecieron lo que tenían y entre
todas fuimos recordando cosas que habíamos vivido y nos fuimos confirmado, sin
decirlo, que el ser hermanas va más allá de nuestras congregaciones,
que la llamada nos iguala y nos hermana.
Terminamos ese día con la palabra GRACIAS en la
boca y en el corazón, y al escribir, sentimos que se nos quedan tantas cosas
por decir y que en muchas ocasiones las palabras no son capaces de recoger lo
que hemos visto y oído.
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